lunes, 8 de junio de 2009

HUMILLACION CENTENARIA : Uruguay 0 - Brasil 4




En el juego de las diferencias que armaron Uruguay y Brasil, la más evidente estuvo en el arco. Así como Sebastián Viera, ante un remate lejano y sin mayor potencia de Daniel Alves, puso sus brazos como un jugador de vóley las coloca para una recepción, Júlio César usó sus manos con firmeza para desviar, sin chances de rebote, cabezazos y tiros cercanos y externos. Hubo otras distinciones que excedieron a los arqueros (Viera volvió a contribuir para el segundo gol mientras el 1 del Inter se hizo sostén permanente).

Uruguay entendió la tensión que generaba el juego como un motor para el apuro, para hacer más notorios el exceso de velocidad y el defecto de precisión en especial por la desventaja prematura. Brasil tomó el compromiso en un terreno hostil con el registro de Dunga, al que también se aferró con una convicción superior a partir del 1-0. ¿Acaso Brasil descubrió la fórmula de la invulnerabilidad con recursos diferentes a los de su tradición? El desempeño de ayer remite a la final de la Copa América 2007, cuando se asumió como punto, concentró esfuerzos en la contención de rivales clave y, con un gol rápido, cubrió espacios cerca de su área, administró tiempos con la circulación y no se ruborizó por escoger el contraataque como la vía de llegada.

Dunga representa algo más que una camisa fulgurante. Su apuesta es, casi, contracultural, apta que generar el debate entre eficacia y belleza. La abundancia de calidad entre sus subordinados no modifica su parecer: los laterales apenas atacan, el volante por derecha custodia la banda y los dos puntas se convierten en trío porque el enlace (ayer, Kaká) tiene aptitud para el circuito. El DT del Scratch maneja un secreto que todos conocen: la calidad de sus intérpretes siempre le dará ocasión de festejo. Envidia mundial, incluida la Argentina. Dunga, intuye que este plan es de aplicación específica, pues sólo un puñado se le anima al Penta. Y mientras Júlio César aguante...

Contra Uruguay sufrió bastante más que aquella vez frente a Argentina. Porque el primer dique (Gilberto Silva y Felipe Melo) tuvo grietas que recargaron a Lúcio y Juan. Y porque Uruguay, a despecho de sus desprolijidades, no se resignó a la mansedumbre. Júlio César, al cabo, no acumuló trabajo de gusto.

El calco en el segundo tiempo (gol de movida de Luis Fabiano, cuya expulsión seguramente no lo excluirá del clásico con la Selección, en septiembre) acabó con cualquier invocación a la garra charrúa. Ahí sí surgió el floreo de Brasil, al extremo de que Viera apareció para frustrar un par de avances nítidos.

Generoso en la cosecha de goles y mezquino al concederlos en la Eliminatorias (cinco, la defensa menos vencida), los números le sonríen a Brasil. El juego, ese asunto con patente de jogo bonito, le muestra una mueca de confusión.

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